Toda para mí

Aquí estoy, iluminada por una luz cálida proveniente de una lámpara que está a mi izquierda, la única prendida en toda mi casa. La noche ya está encima, con una lunita que va creciendo y que hace juego con «Moondance» de Van Morrison que suena a través de mis audífonos.

¿Te he mencionado cuánto me gusta escuchar música con audífonos? Es fascinante para mí poder escuchar los instrumentos. En este caso específico, me cautiva el bajo que todo el tiempo está ahí como un colchoncito que soporta todo lo demás. Una flauta le agrega un swing muy jazzero, unos metales que, en conjunto con el piano, juegan a ver quién sonríe más (el piano siempre le gana) y, un sax al que le gusta ser el centro de atención, seguro nació en agosto.

Y aquí estoy maravillada por una canción sonando en mis audífonos que me recuerda a cuando tenía 15 y oía esa canción sin saber por qué me gustaba. Nadie más la escuchaba en ese momento (me refiero a mis contemporáneos), no estaba de moda. De hecho, para ese momento, la canción ya era un clásico, lanzada en 1970, ya habían pasado 20 años. Pero me gustaba genuinamente y la disfrutaba. No era de esas canciones que vas presumiendo que escuchas. Es de esas que sólo son para ti, en tu cuarto, dándole play al casete, de fondo, mientras hacía ecuaciones de primer grado.

Me hubiera gustado mucho poder compartir esa música con alguien que le gustara igual que a mí… pero no había nadie. Ni hablar, ¡era toda para mí: la luna, su cielo, el baile, el piano, su voz!

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